jueves, 5 de agosto de 2021

Nostradamus argentino que predijo el COVID y describió a Neuquén como "faro para la humanidad"

 

Benjamín Solari Parravicini nació en 1898 y murió en 1974 y con sus pictogramas predijo, entre otras cosas, el atentado del 11 de septiembre a las Torres Gemelas, la asunción del papa Francisco y hasta la pandemia del COVID-19. 

Fuente diario LMNeuquen



En el mundo hay decenas de profetas que han usado la escritura, como así también el arte, para hacerle conocer a la toda la humanidad los mensajes divinos que le llegaban. Entre tantos, uno se destaca por la precisión tanto en sus palabras, como en el momento en el que ocurriría: es el argentino Benjamín Solari Parravicini.

Entre otros tantos aciertos, Parravicini predijo, entre otras cosas, el atentado del 11 de septiembre a las Torres Gemelas, la asunción del papa Francisco, y -más actual aún- la pandemia del COVID-19.

Precisamente, por haber nacido y haberse criado en suelo criollo, y por la magnitud de sus predicciones, fue apodado el “Nostradamus argentino”, por su amigo Fabio Zerpa, quien incluso escribió un libro sobre él, en el cual muestra gran parte de sus trabajos-profecías.

¿Quién es Benjamín Solari Parravicini?

Sus datos biográficos indican que Benjamín Solari Parravicini nació el 8 de agosto de 1898 y fue parte de un linaje aristocrático y farandulero. Es que su bisabuelo materno fue esposo de Mariquita Sánchez de Thompson (aquella en cuya tertulia se tocó por primera vez el Himno Nacional Argentino), su madre era prima de Florencio Parravicini, un famoso actor, y su padre, que toda la vida ejerció como psiquiatra, tuvo una carrera política bastante importante que lo llevó a ocupar una banca como diputado.

Benjamín (o, como le decían en su familia, el “Pelón”) nació en La Casona, una mansión ubicada en Vicente López. Con una familia más que acomodada, él desde niño siempre se comportó de una forma diferentes.

Según se conoce, una mañana, su madre lo encontró hablando solo en su cuarto y le preguntó qué hacía. El pequeño Benjamín le señaló un rincón vacío: “¿No ves al hombre?”, le preguntó. “¿Qué hombre, hijo?”, ella a lo que insistió: “El hombre de las alas”.

Para ese entonces, también solía dejarle platitos de comida a un duende, el cual, según él mismo decía, vivía detrás del ropero y lo visitaba de noche.

Ante esto, su padre, quien tenía su título de psiquiatra, le realizó un test para comprobar el estado de su salud mental: el niño -según los estándares que utilizó su padre- estaba sano.

El tiempo pasó y Benjamín dedicó gran parte de su tiempo a dibujar, por lo cual, cuando creció y le llegó el momento de elegir una carrera, se olvidó de los mandatos de su clase, que tenían otro tipo de futuro profesional preparado para él, y eligió dedicarse a la pintura.

Benjamín también era un pianista bastante bueno, así como un acordeonista pasable, y solía transformarse en el centro de atención de las fiestas. Llegó incluso a componer tangos y a regalárselos a las orquestas que los interpretaban.

Además, según dicen tenía un gran sentido del humor, sobre todo el de esa clase que sirve para reírse de uno mismo. En tanto, también sentía una gran atracción por la vida nocturna, por lo que era muy común verlo junto a Justino, el menor de sus hermanos, noches enteras en los cabarets de la calle 25 de Mayo.

Todo este coctel, sumado a su poco olfato para los negocios y su desinterés en general por el dinero (propio del que sabe que el dinero nunca le faltará), lo llevaron a inclinarse por una carrera artística.

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